Cuentos para contar (antología)
EL VENGADOR
El cacique Huantepeque asesinó a su hermano en la selva, lo quemó y guardó sus cenizas calientes en una vasija. Los dioses mayas le presagiaron que su hermano saldría de la tumba a vengarse, y el fratricida, temeroso, abrió dos años después el recipiente para asegurarse que los restos estaban allí. Un fuerte viento levantó las cenizas, cegándolo para siempre.
Oscar Acosta
SIMBAD
Algunos de los marineros que regresaban de sus largos viajes solían visitar a Simbad, el paralítico. Simbad cerraba los ojos y les contaba las aventuras de sus propios viajes interiores. Para hacerlas más verosímiles a veces se las adjudicaba a Odiseo. “Apuesto”, pensaba Simbad cuando se quedaba solo, “a que tampoco él salió nunca de su casa.
Enrique Anderson Imbert
MI SOMBRA
No nos decimos ni una palabra pero sé que mi sombra se alegra tanto como yo cuando, por casualidad, nos encontramos en el parque. En esas tardes la veo siempre delante de mí, vestida de negro. Si camino, camina; si me detengo, se detiene. Yo también la imito. Si me parece que ha entrelazado las manos por la espalda, hago lo mismo. Supongo que a veces ladea la cabeza, me mira por encima del hombro y se sonríe con ternura al verme tan excesivo en dimensiones, tan coloreado y pletórico. Mientras paseamos por el parque la voy mimando, cuidando. Cuando calculo que ha de estar cansada doy unos pasos muy medidos —más allá, más acá, según— hasta que consigo llevarla adonde le conviene. Entonces me contorsiono en medio de la luz y busco una postura incómoda para que mi sombra, cómodamente, pueda sentarse en un banco.
Enrique Anderson Imbert
LUNA
Jacobo, el niño tonto, solía subirse a la azotea y espiar la vida de los vecinos.
Esa noche de verano el farmacéutico y su señora estaban en el patio, bebiendo un refresco y comiendo una torta, cuando oyeron que el niño andaba por la azotea.
—¡Chist! —cuchicheó el farmacéutico a su mujer—. Ahí está otra vez el tonto. No mires. Debe de estar espiándonos. Le voy a dar una lección. Sígueme la conversación, como si nada...
Entonces, alzando la voz, dijo:
—Esta torta está sabrosísima. Tendrás que guardarla cuando entremos: no sea que alguien se la robe.
—¡Cómo la van a robar! La puerta de la calle está cerrada con llave. Las ventanas, con las persianas apestilladas.
—Y... alguien podría bajar desde la azotea.
—Imposible. No hay escaleras; las paredes del patio son lisas...
—Bueno: te diré un secreto. En noches como ésta bastaría que una persona dijera tres veces “tarasá” para que, arrojándose de cabeza, se deslizase por la luz y llegase sano y salvo aquí, agarrase la torta y escalando los rayos de la luna se fuese tan contento. Pero vámonos, que ya es tarde y hay que dormir.
Se entraron dejando la torta sobre la mesa y se asomaron por una persiana del dormitorio para ver qué hacía el tonto. Lo que vieron fue que el tonto, después de repetir tres veces “tarasá”, se arrojó de cabeza al patio, se deslizó como por un suave tobogán de oro, agarró la torta y con la alegría de un salmón remontó aire arriba y desapareció entre las chimeneas de la azotea.
Enrique Anderson Imbert
SUS ÚLTIMAS LECTURAS
Solo y aterrado, en una noche lluviosa, falleció de un ataque cardiaco mientras leía. Alrededor del sillón de lectura estaban desparramadas las obras completas de Edgar Allan Poe, de H.P. Lovecraft, de Bram Stoker. Durante el entierro, con muy escasa concurrencia, el orador fúnebre hizo notar que el muerto fue sin duda el más sensible crítico literario que jamás haya existido, un espíritu fino. Los crujidos del ataúd cuando era devorado por la tierra parecieron confirmar las palabras.
René Avilés Fabila
LECTURAS
Una señora francesa, leyendo una novela romántica, no pudo acabar la lectura de un capítulo en que dos enamorados se decían ternezas. Y arrojó el libro diciendo: “¡Tanto hablar estando solos...! ¿Qué diablos esperan?”
Anónimo
ACHTUNG! LEBENDE TIERE!
Había una vez una niña chiquita, que daba mucha lata en el zoológico. Se metía en la jaula de las bestias dormidas y les tiraba la cola. El brusco despertar de los feroces era precisamente la salvación de la criatura que se escapaba corriendo.
Pero un día la niña fue a dar con un león flaco, desprestigiado y solitario que no se dio por aludido. La niña abandonó los tirones de cola y pasó a mayores. Se puso a hacerle cosquillas al dormido y le revolvió una por una todas las ideas de la melena. Ante aquella total ausencia de reflejos, se proclamó en voz alta domadora de leones. La fiera volvió entonces dulcemente la cabeza y se tragó a la niña de un solo bocado.
Las autoridades del zoológico pasaron un mal rato porque la noticia salió en todos los periódicos. Los comentaristas pusieron el grito en el cielo y criticaron las leyes del universo, que consienten la existencia de leones hambrientos junto a incompatibles niñas maleducadas.
Juan José Arreola
EL DIAMANTE
Había una vez un diamante en la molleja de una gallina de plumaje miserable. Cumplía su misión de rueda de molino con resignada humildad. Le acompañaban piedras de hormiguero y dos o tres cuentas de vidrio.
Pronto se ganó una mala reputación a causa de su dureza. La piedra y el vidrio esquivaban cuidadosamente su roce. La gallina disfrutaba de admirables digestiones porque las facetas del diamante molían a la perfección sus alimentos. Cada vez más limpio y pulido, el solitario rodaba dentro de aquella cápsula espasmódica.
Un día le torcieron el cuello a la gallina de mísero plumaje. Lleno de esperanza, el diamante salió a la luz y se puso a brillar con todo el fuego de sus entrañas. Pero la fregona que destazaba la gallina lo dejó correr con todos sus reflejos al agua del sumidero, revuelto en frágiles inmundicias.
Juan José Arreola
SOBRE TIRANOS
El tirano subió las escalerillas del avión; una orquesta militar interpretaba el himno nacional: generales, ministros y banqueros, con lágrimas en los ojos y enseñas patrias en las manos, lo cantaban.
El tirano se detuvo a contemplar el patriótico espectáculo. También él lloraba. A lo lejos se escuchaban disparos y exclamaciones libertarias. Cuando la música hubo concluido, el tirano quiso dirigirse por última vez a los suyos y con voz de Júpiter tonante y acentos oratorios de plazuela, en pose heroica, dijo:
—¡Sálvese el que pueda! —antes de abordar apresuradamente el avión.
René Avilés Fabila
LA MUERTE
Un mandarín chino propuso una vez al gobernador de una provincia esta medida que no tardó en adoptarse. En el momento en que la víctima debía colocar la cabeza sobre el tajo para que el verdugo pudiese cortarla, un caballero enjaezado llegaba a todo galope y gritaba: ¡Alto! ¡El Señor ha indultado al condenado a muerte! Y en ese instante de euforia suprema, el verdugo cortaba la cabeza al feliz mortal.
Kostas Axelos
UNA VIDA
La cocinera dijo que no se casó porque no tuvo tiempo. Cuando era joven trabajaba con una familia que le permitía salir dos horas cada quince días. Esas dos horas las empleaba en ir en el tranvía 38, hasta la casa de unos parientes, a ver si habían llegado cartas de España, y volver en el tranvía 38.
Adolfo Bioy Casares
CANGREJO
Entre las muchas virtudes de Chuang-Tzu estaba la habilidad en el dibujo. El rey le pidió que dibujase un cangrejo. Chuang-Tzu dijo que necesitaba cinco años de tiempo y un palacio de doce sirvientes. A los cinco años aún no había empezado el dibujo. “Necesito otros cinco años”, dijo Chuang-Tzu. El rey se los concedió. Transcurridos diez años, Chuang-Tzu cogió el pincel y en un momento, de un solo gesto, pintó un cangrejo, el cangrejo más perfecto jamás visto.
Italo Calvino
UNA VOZ TRAS ÉL
Cuentan una deliciosa historieta de horror sobre un labriego que se adentró en un bosque encantado; según la gente, lo habitaban demonios que se llevaban consigo a cualquier mortal que osara entrar en él. Pero, mientras caminaba por el mismo con paso lento, el labriego pensaba:
Soy un buen hombre que nada malo ha hecho. Si los demonios pueden hacerme algún daño es que no existe ninguna clase de justicia.
Y en ese momento se oyó una voz que decía tras él:
No existe.
Frederic Brown
LA PASIÓN DE CARLOMAGNO
El emperador Carlomagno en avanzada edad se enamoró de una joven alemana. Los nobles de la corte estaban muy preocupados al ver que el soberano, poseído completamente por su deseo amoroso, y olvidado de su dignidad real, descuidaba los asuntos del Imperio. Cuando, de improviso, se murió la joven, los dignatarios dieron un respiro, pero por poco tiempo: porque el amor de Carlomagno no murió con ella. El emperador, habiendo hecho llevar el cadáver embalsamado a su habitación, no quería separarse de él. El arzobispo Turpín, aterrado por esta macabra pasión, malició un hechizo y quiso examinar el cadáver. Escondido debajo de la lengua muerta, encontró un anillo con una piedra preciosa. Desde el instante en que el anillo estuvo en manos de Turpín, Carlomagno se apresuró a hacer sepultar el cadáver, y volcó su amor en la persona del arzobispo. Turpín, para escapar de aquella embarazosa situación, lanzó el anillo al lago de Constanza. Carlomagno se enamoró del lago y nunca más quiso alejarse de sus orillas.
Italo Calvino
CRESCENDO
Él me robó la oreja izquierda. Yo le quité el ojo derecho. Él me escondió catorce dientes. Yo le cosí los labios. Él me coció el culo. Yo le cogí el corazón y se lo puse boca abajo. Él se comió mi hígado. Yo me bebí su sangre. Guerra.
Elías Canetti
EL NIÑO JORGE
A Jorge le gustaba comer la pared de su cuarto.
— ¡No lo hagas! — le dijo su papá.
Pero el niño Jorge siguió comiendo pared.
Su papá fue entonces a la farmacia y le compró un frasco de pastillas de pared.
Jorge las comió todas y le creció una casa en la cabeza.
Era feliz jugando con la casa.
El papá se puso muy triste porque le decían:
— ¡Qué niño tan raro tiene usted, señor!
Leonora Carrington
ASERRÍN ASERRÁN
Empezaron por quitarle la pipa de la boca.
Los zapatos se los quitó él mismo, apenas el hombre de blanco miró hacia abajo.
Le quitaron la noción de cumpleaños, los fósforos y la corbata, la bandada de palomas en el techo de la casa vecina, Alicia. El disco del teléfono, los pantalones.
Él ayudó a salirse del saco y los pañuelos. Por precaución le quitaron los almohadones de la sala y esa noción de que Ezra Pound no era un gran poeta.
Les entregó voluntariamente los anteojos de ver cerca, los bifocales y los de sol. Los de luna casi no los había usado y ni siquiera los vieron.
Le quitaron el alfabeto y el arroz con pollo, su hermana muerta a los diez años, la guerra del Vietnam y los discos de Earl Hines. Cuando le quitaron lo que faltaba —esas cosas llevan tiempo, pero también se lo habían quitado—, empezó a reírse.
Le quitaron la risa y el hombre de blanco esperó, porque él sí tenía todo el tiempo necesario.
Al final pidió pan y no le dieron, pidió queso y le dieron un hueso.
Lo que sigue lo sabe cualquier niño, pregúntele.
Julio Cortázar
EL SUEÑO
Soñé que un niño me comía, Desperté sobresaltado. Mi madre me estaba lamiendo. El rabo todavía me tembló durante un rato.
Luis Mateo Díez
POR ESCRITO GALLINA UNA
Con lo que pasa es nosotras exaltante. Rápidamente del posesionadas mundo estamos hurra. Era un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos cabo por los desde. Razones se desconocidas por órbita de la desvió, y probablemente algo al rozar invisible la tierra devolvió a. Cresta nos cayó en la paf, y mutación golpe entramos de. Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no importa pero: de será gallinas cosmos el, carajo qué.
Julio Cortázar
LA GRAN FLAUTA
Por más que uno haga, qué resulta: alpiste. Vos te deshacés cantando y ahí tenés: viene la vieja y te renueva el agua de la bañadera. Cuando te ponen una hoja de lechuga (la que les sobró, roñosas del carajo), arman un lío que reíte de la orden de Malta: “Aquí tiene el canarito, tome, bz, bz, bz.” ¡El canarito! ¿Pero qué se creen éstas? Primero que yo soy un canario flauta de pedigrí, segundo que en la casa Paul Hermanos los compañeros de jaula me habían bautizado Siete Kilos teniendo en cuenta mi polenta de cantor. Y esta vieja abominable me viene a trabajar de “tesoro” y de “canarito”. ¡Te rompo el alma, vieja ignominiosa! ¡Te perforo el encéfalo a patadas!
Esto a título general, pero más indignante me resulta la forma en que la vieja y sus hijas desconocen los valores de mi canto. Por la forma en que me imitan, silbando para estimularme (para estimularme, las desgraciadas), se ve que lo único que captan es la parte más vulgar y asequible de mi ejecución, digamos cuando estoy calentando los reactores y entre buche y buche de agua ensayo algunos bz bz bz, tri tri, tió tió tió, bz bz bz; en cambio se pierden irremediablemente el momento en que hago tj tj tj apk apk imp imp.
¿De qué sirven la inspiración y el talento cuando el público no está al alcance del artista, puta que las parió?
Julio Cortázar
EL POZO
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después, mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en su interior. Este es un mundo como otro cualquiera, decía el mensaje.
Luis Mateo Díez
EL DICCIONARIO
Había comprado aquel diccionario para que ella aprendiera las primeras palabras. Un día, era sábado, un sábado urbano y terriblemente frío, me confesó que el diccionario había desaparecido de la casa. Declaró, con la solemnidad de los adolescentes, que jamás pensó deshacerse de él y que por tanto la pérdida le resultaba misteriosa y le asustaba.
—¿Dónde habrá podido ir el diccionario?, me preguntó.
Yo también me quedé pensativo y, como me ocurre siempre que sucede algo que no puedo explicar, me puse a contar con los dedos.
Ella me miró contar y se puso a hacer lo mismo, hasta que nos olvidamos los dos del diccionario.
Juan Cruz Ruiz
CAMELLO DECLARADO INDESEABLE
Aceptan todas las solicitudes de paso de frontera pero Guk, camello, inesperadamente declarado indeseable. Acude Guk a la central de policía donde le dicen nada que hacer, vuélvete al oasis, declarado indeseable inútil tramitar solicitud. Tristeza de Guk, retorno a las tierras de infancia. Y los camellos de familia, y los amigos, rodeándolo y qué te pasa, y no es posible, por qué precisamente tú. Entonces una delegación al Ministerio de Tránsito a apelar por Guk, con escándalo de funcionarios de carrera: esto no se ha visto jamás, ustedes vuelven inmediatamente al oasis, se hará un sumario.
Guk en el oasis come pasto un día, pasto otro día. Todos los camellos han pasado la frontera, Guk sigue esperando. Así se van el verano, el otoño. Luego Guk de vuelta a la ciudad, parado en una plaza vacía. Muy fotografiado por turistas, contestando reportajes. Vago prestigio de Guk en la plaza. Aprovechando busca salir, en la puerta todo cambia: declarado indeseable. Guk baja la cabeza, busca los ralos pastitos de la plaza. Un día lo llaman por el altavoz y entra feliz en la central. Allí es declarado indeseable. Guk vuelve al oasis y se acuesta. Come un poco de pasto, y después apoya el hocico en la arena. Va cerrando los ojos mientras se pone el sol. De su nariz brota una burbuja que dura un segundo más que él.
Julio Cortázar
UN CRIMEN
Bajo la luz del flexo, la mosca se quedó quieta. Alargué con cuidado el dedo índice de la mano derecha. Poco antes de aplastarla se oyó el grito, después el golpe del cuerpo que caía. Enseguida llamaron a la puerta de mi habitación. La he matado, dijo mi vecino. Yo también, musité para mí sin comprenderle.
Luis Mateo Díez
UN FABRICANTE DE ISLAS
La fábula del Rey de Irlanda, que logró que Dios le regalase una isla, es conocida. El Rey tenía siete hijas, pero no tenía más que seis ciudades, con lo cual una de sus hijas, la hija menor, se quedaría sin dote. El Rey le pidió a su niña que se metiese monja, pero ella, como la niña del romance nuestro, se quería casar:
Yo me quería casar
con un mocito barbero,
y mis padres me querían
monjita en un monasterio...
El Rey lloraba, y un día en que estaba más triste que de costumbre, su ángel de la guarda le puso una mano en el hombro derecho y le habló. Le dijo que estaba seguro de que si el Rey inventaba un nombre para una isla, y a Dios le parecía que el tal nombre era hermoso, que pondría una isla en el mar que se llamase así, y que la podía dar de dote a la hija más pequeña, tan insistente en casar. El Rey lo pensó durante un año, y al final dio con un nombre, Tirnagoescha, es decir, Tierra de los Pájaros sonrientes. A Dios le pareció muy bien, y un día de abril apareció esa isla en las costas de Irlanda, en sus bosques volando pájaros que sabían sonreír.
Álvaro Cunqueiro
EL NACIMIENTO DE LA COL
En el paraíso terrenal, en el día luminoso en que las flores fueron creadas, y antes de que Eva fuese tentada por la serpiente, el maligno espíritu se acercó a la más linda rosa nueva en el momento en que ella tendía, a la caricia del celeste sol, la roja virginidad de sus labios.
—Eres bella.
—Lo soy —dijo la rosa.
—Bella y feliz —prosiguió el diablo—. Tienes el color, la gracia y el aroma. Pero...
—¿Pero?...
—No eres útil. ¿No miras esos altos árboles llenos de bellotas? Esos, a más de ser frondosos, dan alimento a muchedumbres de seres animados que se detienen bajo sus ramas. Rosa, ser bella es poco...
La rosa entonces, tentada como después lo sería la mujer, deseó la utilidad, de tal modo que hubo palidez en su púrpura.
Pasó el buen Dios después del alba siguiente.
—Padre —dijo aquella princesa floral, temblando en su perfumada belleza—, ¿Queréis hacerme útil?
—Sea, hija mía —contestó el Señor, sonriendo.
Y entonces vio el mundo la primera col.
Rubén Darío
EL OJO
También podía contar de un tal Pedro de Bonzar, quien vareando un castaño vino un erizo a caerle en el ojo izquierdo. Tuvieron que vaciarle el ojo. En un viaje que hizo a La Coruña le contaron de un oculista que ponía, a los que estaban en el caso de él, unos hermosos ojos de cristal. Allá se fue Pedro al oculista, el cual le mostró los ojos que tenía, made in Germany, buscando uno que hiciese pareja con el otro sano de Pedro. Y por curiosidad le mostró al de Bonzar un ojo que tenía en una cajita, y que era del color de la violeta, encargo de una señora de Betanzos, que se murió antes de que llegase el ojo desde Alemania. Y aquel ojo se le antojó a Pedro, y lo compró. Y así andaba con el ojo suyo castaño oscuro y con el postizo violeta. O, como decía la tapa de la cajita en que estaba en algodón, del color de la Vinca Pervinca L.
Pedro fue muy admirado en su aldea, especialmente en las semanas siguientes al estreno del ojo nuevo, y a la salida de la iglesia los días de fiesta de guardar. Y aconteció que alguna mujer embarazada quiso tener el hijo con los ojos del color del postizo de Pedro y fue a visitar a éste, el cual, después de pensarlo mucho, decidió que lo apropiado era colocar el ojo en el ombligo de la preñada, mientras ésta rezaba siete avemarías. La nueva se corrió por la comarca y Pedro tuvo muchas visitas. Cobraba cinco duros por sesión por desgaste del ojo y por amortización del capital invertido. Y a fuerza de los antojos de preñada muchos niños, en aquellas aldeas, nacieron con los ojos del color de la Vinca Pervinca...
Álvaro Cunqueiro
UN GRAN ALIVIO
Al arrancarle la muela salió pegado a la raíz un ser diminuto que en todo se le parecía. Pero aquel ser comenzó a aumentar de tamaño, enseguida le igualó y siguió creciendo de tal modo que apenas distinguía el final. Entonces el gigante le tomó en los dedos con cuidado, le colocó bajo una muela y allí se quedó dormido.
Antonio Fernández Molina
UN SUEÑO DE JUANA
Ella deambula por el mercado de sueños. Las vendedoras han desplegado sueños sobre sus grandes paños en el suelo.
Llega al mercado el abuelo de Juana, muy triste, porque hace mucho tiempo que no sueña. Juana lo lleva de la mano y lo ayuda a elegir sueños, sueños de mazapán o de algodón, alas para volar durmiendo, y se marchan los dos tan cargados de sueños que no habrá noche que alcance.
Eduardo Galeano
DEL VIENTO
El viento negro de la noche mesa las angustiadas copas de los álamos. Tocan reciamente a la puerta. “Es el viento que bate en la verja, madre”.
Ella busca en la mesa, donde el cono amarillo de la lámpara, con un exacto borde, da primero nacimiento a sus manos gordezuelas, luego al moño blanco. “¿Dónde está mi dedal, hijo?” “El diablo esconde las cosas, madre”.
Las manos aceradas de él hojean el cuaderno de recuerdos. “Se nos han perdido las cartas del abuelo, madre”. Un largo grito, cortado de un sollozo. “Es sólo el gato que la luna hiela en el tejado”. “¿Y cómo fue que dijo el abuelo aquella vez, madre?”. Las manos, taraceadas de azul, dejan la aguja, en que la luz rebrilla un instante. “Si supieras que se me ha olvidado”. El viento muere de pronto con un golpe ronco en la ventana.
Eliseo Diego
DEL ALQUIMISTA
Saben positivamente, los que de tales cosas entienden, que en la ciudad de Aquisgrán, y a fines de la Edad Media, un judío alquimista halló el secreto de no envejecerse. Fortalecido por su pócima, que le permitiría vivir en todo vigor ciento cincuenta años más que el común de los hombres, dedicó la plenitud de sus días a buscar el secreto de no morirse. Dicen que lo halló, y que desde entonces, oculto en su oscura covacha, tropezado de telarañas y surcado de grueso sudor, busca aquel veneno poderoso sobre todos que le permita, al desgraciado, morirse.
Eliseo Diego
LA HISTORIA MÁS BELLA
Esta es una de las tantas y tantas historias fascinantes —escritas o habladas— que se le quedan a uno para siempre, más en el corazón que en la memoria, y de las cuales está llena la vida de todo el mundo. Tal vez sean las ánimas en pena de la literatura. Algunas son perlas legítimas de poesía que uno ha conocido al vuelo sin registrar muy bien quién era el autor, porque nos parecía inolvidable, o que habíamos oído contar sin preguntarnos a quién, y al cabo de cierto tiempo ya no sabíamos a ciencia cierta si eran historias que soñamos. De todas ellas, sin duda la más bella, y la más conocida, es la del ratoncito recién nacido que se encontró con un murciélago al salir de su cueva, y regresó asombrado, gritando: “Madre, he visto un ángel”.
Gabriel García Márquez