2º B

Caperucita y los siete enanitos

Érase una vez, una niña a la que llamaban Caperucita Roja, porque llevaba una caperuza de ese color. Un día Caperucita salió a dar una vuelta por el bosque. Iba paseando, saltando y cantando toda aleegre cuando de pronto, en mitad del bosque, se encontró una casa hecha toda de dulces, golosinas, piruletas y chocolate. Caperucita era muy curiosa y... se metió hasta dentro de la casa sin pensar en los peligros que podían acecharla.

Lo que no sabía es que dentro de la casa se iba a encontrar con siete enanitos malvados, siniestros, perversos que enseguida se le echaron encima y la hicieron prisionera. Los enanitos estaban acostumbrados a la blancura de la piel y de los vestidos de Blancanieves, a su ternura y a su silencio y a su voz susurrante al hablar, y les asustaba una niña regordeta, con colorcitos en la cara y esa horrorosa caperuza roja encima de su cabeza que le hacía parecer una figura fantasmagórica y que además no paraba de hablar, de cantar y de reír. Estaban asustados. No sabían qué hacer con esa horripilante y amenazante criatura.

Caperucita había oído hablar de ellos y confiaba en que todo iba a salir bien. Su madre le había advertido de los peligros del lobo, de ciertos hombres barbudos, sucios y harapientos que andan por el bosque, de algunos políticos corruptos y cosas así. Pero nunca le había advertido de que otros personajes de cuentos podían ser una amenaza para ella. Así que estaba “desconquila” (es decir, desconcertada, pero tranquila. Palabra que ella conocía y que había empleado ya cuando lo de la “abuelita-que-está-malita-en-la-cama”).

A su vez, los enanitos no sabían qué hacer. Decidieron mantener una Asamblea para decidir la estrategia. Por una parte no parecía mala chica, pero por otra, esos gritos, esos cantos, esos colores rojos en su cara y en su ropa... Habían tomado una decisión. Tenían hambre, estaban asustados. Sumaron dos y dos y les dio que iban a comerse a la niña, que con eso mataban dos pájaros de un tiro. Se quitaban el hambre (esta Blancanieves desde que se había casado con el prínicpe los tenía superabandonados) y, de paso, se quitaban de encima un peligro: el pequeño ser montruoso repleto de colores rojos, parlanchina y cantarina.

Eran listos estos enanitos. Pensaron que la mejor opción era cebarla y empezaron a darle de comer y comer. Una semana seguida, comiendo sin parar, todas las golosinas de la casa, los tejados, las paredes, las tuberías. Todas las chuches que una niña de su edad podía desear para acompañar una tarde de cine. No entendía nada, pero seguía comiendo dulces y más dulces, todos los dulces que los enanitos le presentaban y disfrutando de una situación que era nueva para ella. Comía chuches... todas las que quería. Cantaba y veía que los enanitos se retorcían por el suelo (ella pensaba que les gustaban sus cantos y cantaba más... pobrecilla) y además no tenía que poner el lavavajillas en casa ni ordenar su cuarto. Estaba feliz.

Al cabo de una semana la niña esta gorda, supergorda, gordísima, muy, pero que muy gorda... ¡Y feliz! Cuando los enanitos comprobaron que ya estaba suficientemente cebona, cogieron entre todos una olla y la pusieron a hervir con montones de verduritas distintas y cosas raras como ratas, ojos, unas zapatillas gastadas de ballet de Blancanieves, unos huesos de rinoceronte y un vampiro.

Caperucita empezó a darse cuenta de la gravedad de la situación. La olla, las sonrisitas de los enanos, las lenguas relamiéndose. ¡Uy, uy, uy!, pensó. ¿Pero era posible que otra vez se la quisieran comer? -se preguntaba. ¿Pero es que no había tenido bastante con lo del lobo? Se inquietó, empezó a removerse entre sus ataduras, lloraba de rabia y no sabía cómo escapar. De pronto, se acordó de que uno de los leñadores al que había conocido en el "episodio gastronómico del lobo", le había dado un silbato para que cuando tuviera problemas lo tocara. Eso le daría un superpoder y se volvería muy, muy fuerte.

Agachó la cabeza hasta su pecho, donde le colgaba el silbato, sopló con fuerza y poco a poco empezó a crecer y a sentirse muy grande y muy fuerte. Se liberó de las ataduras, se escapó de la prisión en la que la tenían prisionera y comenzó a matar enanitos: a uno le clavó la flauta en el entrecejo, a dos más los partió en dos, al más fuerte le arrancó la cabeza de cuajo, a otro lo pisó y lo aplastó contra el suelo, al más pequeño lo lanzo por la ventana y quedó clavado en la rama de una árbol y al último lo partió en mil y un pedazos.

Desde ese día, Caperucita cambió: cogió manía a los enanitos, dejó de ir a comidas con desconocidos y fundó una secta de Caza Enanitos.

 

Andreu Melis, noviembre 2013

 

La Burrita Blanca

Platerilla era una burrita de color blanco que vivía en un establo en Galicia y disfrutaba alimentándose, jugando y corriendo por los inmensos y frescos prados gallegos. Un día su propietario la llevó a pasear por las praderas y al final de un camino se encontraron con un taller de coches. Entraron y el dueño del taller les ofreció un tuneado para carro de burra muy potente que acababan de inventar. Le pareció muy bien al dueño de la burrita y le hizo instalar dos reactores militares a los dos lados de su carrito. Salieron del taller felices y contentos. Pero claro, la velocidad de la burrita impulsada por los reactores era tremenda. Asustadísimos se dieron cuenta de que se pasaban de su casa y aparecían al otro lado de la Península, en los Pirineos. Era asombroso. Eran tan potentes que al día siguiente llegaron a Huelva en un pis-pas.

 

Un agente los vio por la carretera y les hizo parar . Les ofreció un contrato para hacer carreras para él y aceptaron . Firmaron el contrato por cuatro años y dos millones al año. Ellos fueron enseguida a Mónaco para hacer su primera carrera . Ganaron esa carrera con una hora de diferencia a los segundos clasificados. Al cabo de cuatro años , cuando les finalizó el contrato ganaron ocho millones de euros.Se hicieron famosos en todo el mundo y se fueron a vivir a California para el resto de su vida .

Josep Antonio Gayà